Echo la vista un lado y distingo el polvo que levanta la caravana. Ha salido temprano con los camellos bien cargados de mercancias, comida y las carpas de campamento. Lenta avanza formando un estilizada linea que deja tras de si una nube marron. Al frente varios caballos. Sobre uno de ellos cabalga Marco Polo. Echa la mano a un lado de su montura, agarra con firmeza la cantimplora de piel, la estruja y se moja con agravio los labios cortados y la seca garganta. Sus ojos, protegidos por el sombrero que le regalo el Gran Khan, escudriñan el horizonte en busca de alguna sombra que pueda calmar por un rato el aplastante sol del desierto. Su poca esperanza pronto se rinde a la evidencia. Atras quedaron los peligros de los guerreros mongoles, ahora se enfrentan a la soledad y monotonia abrumadora del desierto. Una vez atravesado todo sera mas sencillo.
Si no fuera porque Marco Polo calbalga a nuestro lado el dia seria aburridisimo. Y seguramente el, al igual que nosotros, tambien se alegro al ver desde lejos las altas torres de la mezquita de Yazd en medio del desierto. En Yazd seguro encontro una buena excusa para parar a descansar y pasear por los callejones que se retuercen entre paredes de barro arañadas en el desierto y torres de viento que han capturado las brisas de muchos imperios.
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