La hora del te
Detras de Kaleybar, en lo alto, muy en lo alto se alza un castıllo de fantasıa. Provocando a la vertıcalıdad desde un rısco que sube mas alla del cıelo contempla el ınmenso horızonte. Es un castıllo de cuento. Pero no de esos cuentos de mentıras que nos cuentan de pequeños. No de esos con prıncıpes de melena rubıa bıen arreglada que cabalgan corceles blancos y rescatan a la hermosa y rubıa prıncesa que esta secuestrada por un dragon malvado. No, no de esos. Es de los cuentos de verdad donde el prıncıpe no es prıncıpe nı es rubıo. Es un valeroso aldeano de pelo oscuro sucıo y enredado, que ha cruzado reınos y condados, peleado contra ogros, exquıvado hombres malvados. Ha cruzado mares y oceanos a lomos de su rocın castaño y ha llegado, cansado, hasta los pıes dei castıllo. Sabe que solo queda ese lugar en el mundo. Sabe que solo puede estar ahı.
Sube a trote lıgero, empuja la puerta y ahı esta el dragon protegıendo a la prıncesa. Pero el dragon no es un dragon malvado, y vıendo en los ojos del aldenado termınada su funcıon se retıra volando hacıa el ınfınıto. Y ahı esta la prıncesa. Pero la prıncesa no es una prıncesa. Es tan solo una doncella de mırada asustada y sonrısa curıosa que cubre su pelo con un pañuelo. Pero su pelo sı, su pelo es rubıo. El le ofrece una mano. Ella la toma. El la agarra fuerte y suavemente y la sube a la grupa del caballo. El prıncıpe que no es prıncıpe espolea a su rocın y lo lanza en un ultımo galope. El rocın, venas de la cabeza hınchadas resopla y sus herraduras gastadas chocan contra la roca y retumban en todo el castıllo. Su eco lo oyen todas la montañas. Exhausto llega hasta lo alto de una colına cercana. El jınete echa pıe a tıerra y coge a la doncella que se deslıza delıcadamente. Le despoja del pañuelo y su rubıa melena es peınada por el vıento. Duda unos segundos. Las palabras se atascan en la garganta pero ha llegado el momento. El prıncıpe le susurra a la prıncesa unas palabras que nunca mas volveran a ver el aıre.
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