La lluvia nos dio la bienvenida. Tras un dia de espera y una mañana de malas excusas y prisas ausentes nos lanzamos en batalla perdida contra el aguacero. A pesar de las humedas condiciones el dia va a estar lleno de encanto. Los timidos bancales de arroz de los hombros del Mekong son absorbidos lentamente por una jungla salvaje y las casas de madera, palma y caña gotean cada vez con menos intensidad entre los ruidosos y juguetones barrancos en los que se ha convertido el gran e impasible Mekong. Alla abajo, encerrados entre las verticales paredes del valle, pequeños pastos de un verde muy vivo alimentan a vacas de un amarillo como la hoz y el martillo de la bandera comunista que todavia hondea en alguna casa. Arriba, arboles de cuerpo de lapicero y con verdes rastas peinan dulcemente a la niebla que se duerme. La tranquilidad es casi absoluta, tan solo las gotas contra las hojas y canto melancolico de algun pajarillo perdido.
Una carretera construida entre China, Tailandia y Laos que busca un trafico y un comercio que no encuentra nos coge de la mano y nos sube y baja lentamente hasta la casa de las mil sonrisas de suelo de caña, paredes de bambu, y tejado de platano. El hombre del dedo cangrenado y la mujer de ojo de cristal nos dan de cenar en compañia de dos potenciales traductores.
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